Sábado 13 de diciembre de 2025

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Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy estamos de fiesta porque nos congregamos en la alegría y la fe, bajo el manto protector de la Inmaculada Concepción, Patrona venerada de nuestra ciudad y de nuestra Diócesis de Río Cuarto.

Celebramos un misterio de gracia sublime: la preservación de María de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su ser, en previsión de los méritos de Cristo Jesús. No celebramos una idea abstracta, ni un dogma lejano; celebramos a nuestra Madre. Y al mirarla a Ella, la Inmaculada, miramos el destino más hermoso al que Dios nos ha llamado.

En este año 2025, hemos caminado junto a toda la Iglesia Católica como "Pereginos de la Esperanza". A poco de tiempo de finalizar el Jubileo, hoy en nuestra fiesta patronal contemplamos a aquella que es la Madre de la Esperanza. Las lecturas bíblicas nos trazan un arco perfecto: desde la ruptura del dolor en el Génesis hasta la plenitud de la alegría en el Evangelio.

La primera lectura, tomada del Génesis (3,9-15.20), nos sitúa en el drama del pecado original, la caída de Adán y Eva, y la consecuente ruptura de la Alianza con Dios. Hemos leído que cuando Dios pasea por el jardín y le pregunta a Adán: "¿Dónde estás?", este responde: "Tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí".

Ese es el drama del pecado. El mismo revela nuestra desnudez, nuestra nada y nos llena de miedo aislándonos de Dios y de los hermanos.

Ahora bien Dios no abandona al hombre, sino que en ese momento oscuro le hace la primera promesa de esperanza: ?Pondré hostilidad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón?.

Hoy celebramos el cumplimiento de esa promesa. María es esa "Mujer" que nunca tuvo que esconderse de Dios. En la Inmaculada Concepción, Dios nos dice que el mal no tiene la última palabra. Antes de que el pecado pudiera tocarla, la Gracia la abrazó. En un mundo herido por el miedo de Adán, María es la criatura nueva que vive en la confianza total. Ella es la enemiga absoluta de la desesperanza porque es la Madre de la Esperanza.

Su Inmaculada Concepción no es solo un privilegio, sino la primera victoria de Cristo en la historia humana, la preparación del campo santo donde el Salvador iba a nacer.

El Apóstol Pablo, en su carta a los Efesios (1,3-6.11-12), nos eleva a la perspectiva eterna de Dios. Nos dice que "Él nos elegió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor". Esta elección, este designio de amor, encuentra su máxima y perfecta realización en la persona de María. María es la primicia de esta elección.

Si fuimos elegidos para ser ?santos e irreprochables?, Ella fue la primera en recibir este don en su plenitud, preservada desde el inicio para ser la Madre digna de Dios.

Su Inmaculada Concepción es la prueba más hermosa de que el plan de Dios es la santidad y que la Gracia puede triunfar plenamente en una criatura humana, llevándola a la perfección para la que fue creada.

Contemplemos a la Inmaculada, nuestra Patrona. En Ella vemos este plan de Dios realizado a la perfección. Ella es la "santa e irreprochable". Lo que Dios hizo en María de manera singular y preventiva preservándola del pecado original, quiere hacerlo en nosotros de manera curativa.

En esta etapa final del Jubileo, la Inmaculada nos recuerda que nuestra identidad no se funda en el pecado que cometemos, sino en el amor con el que fuimos elegidos. Nuestra vida no está definida por sus problemas, sus crisis o sus fallos; está llamada a ser, como María, una tierra de gracia, elegida para la alabanza de su gloria.

Finalmente vemos que en la Anunciación el ángel no la llama por su nombre civil, "María", sino por su nombre real ante los ojos de Dios: "Llena de Gracia".

El título "llena de gracia" es más que un simple saludo; es su nombre, su identidad más profunda. Significa que María ha sido inundada, colmada, por la gracia de Dios de una manera total. Es la confirmación de su Inmaculada Concepción. La Gracia la ha precedido, la ha preparado y la ha llenado.

Pero el misterio no se completa sin su respuesta libre y consciente: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí tu palabra". Este "Sí" es el eco del designio eterno de Dios, el reverso de la desobediencia de Eva. Donde Eva dijo "no" y se escondió, María dice: "Hágase en mí según tu palabra"Este "sí" de María es la puerta por la que entra la Esperanza al mundo.

Hermanos, el Jubileo de la Esperanza nos ha enseñado que la esperanza no es un optimismo ingenuo que dice "todo saldrá bien". La esperanza cristiana es la certeza de que, en medio de nuestras luchas, Dios camina con nosotros.

Hoy renovamos nuestra consagración a la Inmaculada. Ella es el faro de esta esperanza porque en Ella vemos que Dios es más fuerte que el pecado. Si Dios pudo preservar a María en medio de una humanidad caída, también puede sostener a nuestra diócesis, a nuestras familias y a nuestros jóvenes en medio de las dificultades actuales.

Que, al mirar su imagen, recordemos que la pureza no es solo ausencia de mancha, sino presencia de fuego, presencia de amor. Que Ella, que aplastó la cabeza de la serpiente con la humildad de su "Sí", nos ayude a vencer el desánimo y a ser testigos valientes de su Hijo Jesús.

¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Vos! Amén. 

Mons. Adolfo Uriona, obispo de Villa de la Concepción del Río Cuarto

Queridos hermanos y hermanas de la diócesis de Avellaneda-Lanús:

Mientras el Jubileo de la Esperanza se va acercando a su conclusión, comenzamos el tiempo del Adviento. El Adviento, al hacer memoria de la primera venida del Hijo de Dios, que no vino a ser servido sino a servir, es también, de modo especial, un tiempo para reavivar la caridad y la solidaridad en el corazón de nuestras comunidades.

Vivimos este Adviento en medio de una realidad difícil para nuestro pueblo. Muchos hogares han perdido ingresos, cobertura y seguridad; muchas personas experimentan la angustia de la incertidumbre y la humillación de no poder sostener dignamente a los suyos. Como decían mis hermanos obispos en torno a la fiesta de San Cayetano,

"la falta de trabajo hiere profundamente la dignidad de las personas y puede conducir al desaliento, al aislamiento y a la pérdida de sentido. En todo plan económico, cuidar el empleo y las fuentes laborales debe ser una prioridad indeclinable. Ninguna medida puede considerarse exitosa si implica que los trabajadores pierdan su empleo"[1].

Hace pocos días, junto a los miembros de la Vicaría de Solidaridad, nos reunimos en el obispado con representantes de pequeñas y medianas empresas de Avellaneda y de Lanús para escuchar la dura realidad que están atravesando. En esa ocasión los animé a sostener una mirada crítica y realista, pero no resignada: "La esperanza no es evasión -les dije- sino la fuerza humilde que nos permite seguir construyendo entre todos". Es por eso que decidí hablar de sobre el drama del desempleo en esta carta pastoral, poniendo el énfasis en la esperanza.

Y precisamente a esa esperanza quiero animarlos en el comienzo de este Adviento. Como decía nuestro querido Beato Eduardo Pironio,

"para los tiempos difíciles hace falta la esperanza, pero la esperanza firme y creadora de los cristianos que se apoya en «el amor del Padre, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,39)" Esa es nuestra misión hoy, a la que no podemos renunciar Los hombres tienen derecho a que nosotros esperemos contra toda esperanza, seamos constructores positivos de la paz, comunicadores de alegría y verdaderos profetas de esperanza"[2].

Una esperanza que es cercanía a quienes más sufren
A quienes hoy sufren la pérdida del empleo, a las familias que tiemblan por el futuro de sus hijos, a los trabajadores con contratos precarios, a quienes viven con angustia e incertidumbre, les digo con sencillez y cercanía que no están solos: la Iglesia camina con ustedes.

Una esperanza que se hace profecía
No estamos para consolar únicamente con palabras: nuestra misión exige acompañamiento concreto, escucha, y una palabra profética que denuncia estructuras que deshumanizan. Como decía el Papa León XIV en su primera exhortación apostólica -que invito a todos a leer y meditar con corazón abierto-,

"es responsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios hacer oír, de diferentes maneras, una voz que despierte, que denuncie y que se exponga, aun a costo de parecer "estúpidos". Las estructuras de injusticia deben ser reconocidas y destruidas con la fuerza del bien, a través de un cambio de mentalidad, pero también con la ayuda de las ciencias y la técnica, mediante el desarrollo de políticas eficaces en la transformación de la sociedad. Siempre debe recordarse que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación individual e íntima con el Señor. La propuesta es más amplia: es el Reino de Dios. Se trata de amar a Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino"[3].

Una esperanza que siempre apuesta por el diálogo
En el reciente encuentro con los representantes de las PYMEs, vimos la urgencia de abrir mesas de diálogo entre productores, trabajadores, sindicatos y los distintos niveles del Estado. Esa apertura de canales de diálogo que la comunidad empresarial nos pidió debe ser impulsada con firmeza pastoral y civil: el bien común exige que se escuche a quienes producen y a quienes dependen del trabajo para vivir con dignidad. La Iglesia local, en la instancia de la Vicaría de la Solidaridad que tan fuerte ha trabajado este año, se ofrece como espacio puente y acompañante en ese diálogo, buscando soluciones que protejan el empleo y promuevan la justicia social.

En este sentido, como pastor, quiero dirigir un llamado respetuoso y firme a quienes tienen responsabilidades políticas y económicas: el trabajo no puede ser sacrificado en nombre de teorías que priorizan el beneficio sobre la persona. Pedimos políticas que protejan el empleo registrado, que incentiven la producción local, que promuevan la formalidad y que brinden redes de seguridad social a los más vulnerables. La tradición de la doctrina social de la Iglesia -desde la "Rerum Novarum" de León XIII hasta nuestros días- nos insta a que el sistema económico sea instrumento para la dignidad humana, no su opresor.

Una esperanza que mueve a la acción
Pero también quisiera invitarlos a que, en cada comunidad de la diócesis, puedan discernir, en este tiempo de Adviento, acciones pastorales y sociales que puedan ser una respuesta concreta a la realidad que vive nuestra gente. Pienso, por ejemplo, en iniciativas de acompañamiento inmediato, líneas de escucha pastoral, equipos que orienten a personas en situación de pérdida de empleo, mesas locales de diálogo en los barrios, promoción de la economía solidaria, redes de solidaridad concretas. Como decía el Papa Francisco,

"es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia. La Iglesia necesita anunciar hoy esos «muchos otros signos» que Jesús realizó y que «no están escritos» (Jn 20,30), de modo que sean expresión elocuente de la fecundidad del amor de Cristo y de la comunidad que vive de él"[4].

Estas medidas son parte de la caridad concreta que el Adviento nos impulsa a vivir como preparación a la Navidad: no una caridad improvisada, sino organizada, solidaria y con vocación de permanencia.

Una esperanza que se convierte en compromiso y misión
En su última Navidad, poco después de abrir la Puerta Santa, el Papa Francisco nos decía:

"Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. Llevar esperanza allí, sembrar esperanza allí"[5].

El Adviento nos llama a esperar con los ojos abiertos y las manos dispuestas. No se trata de una esperanza pasiva, sino activa: esperanza que exige conversión personal y social, que nos pone en camino para construir relaciones laborales más justas, empresas más responsables, comunidades más solidarias. Como Pastor, los invito a encender esa esperanza en nuestras familias, comunidades y lugares de trabajo; a rezar por los desempleados y por los que toman decisiones; y a actuar con creatividad y valentía en favor del trabajo digno.

Padre Obispo Marcelo (Maxi) Margni, obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda-Lanús, sábado 29 de noviembre de 2025.

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Notas:
[1] Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina; Mensaje para la Fiesta de San Cayetano; 7/8/2025.
[2] Beato Eduardo Pironio; "Meditación para tiempos difíciles"; 1975.
[3] León XIV; Exhortación apostólica"Dilexi te" sobre el amor hacia los pobres, 97.
[4] Francisco; Carta Apostólica "Misericordia et misera", 18.
[5] Francisco; Homilía en la Misa de Nochebuena y Apertura de la Puerta Santa; 24/12/2024.

Queridos hermanos y hermanas:

Ha comenzado el tiempo de preparación a la Navidad. Para nosotros es también el tiempo de acrecentar la participación en todos los lugares.

Con mucho gusto recuerdo que hace un año nos juntamos en Villa de Pocho, para celebrar los 60 años de nuestra Iglesia Particular. Hubo Misa, teatro, locro y peña folclórica. Hicimos memoria de un camino diocesano con tres grandes etapas: fundamentos""consolidación" y "profundización". Ahí les propuse que la siguiente etapa se la podría llamar "participación".

Siguiendo nuestras ya conocidas grandes líneas misioneras: enfermos, alejados y jóvenes con sus convenientes actitudes y actividades. Después de varias conversaciones surgieron algunos pasos para dar entre todos; en las capillas, sedes parroquiales, colegios y movimientos.

Los pasos son: "empezar con lo que hay""abrir el juego" y "rotar". El desafío es grande y exige ponerse en movimiento. Se trata de comprender mejor y llevar a la práctica una mayor participación o sinodalidad.

Todos tenemos necesidad de escuchar nuevamente que ¡Cristo está vivo!, que ¡Dios me ama! Y esto es tarea de todos los bautizados. Sí los que anunciamos somos todos, hay que aceptar muchas y distintas maneras de hacerlo. Sólo así caminaremos juntos.

Les propongo que hasta la Pascua, con "la conversación espiritual" y "el discernimiento comunitario" veamos cómo poner en práctica una mayor participación en cada capilla, parroquia, colegio, movimiento. Y luego hasta la celebración del Corpus Christi 2026, hagamos esto mismo en cada zona pastoral.

En cada Capilla necesitamos un "Equipo de animación misionera de la comunidad", y discernir quién puede ser "celebrador" los días domingos.

Con la Virgen del Carmen, guiados por Brochero "comencemos con lo que hay, abramos el juego y rotemos". Dios los bendiga.

Mons. Ricardo Araya, obispo de Cruz del Eje

El salmista reza: Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida[1]. Experimenta la presencia de Dios en su vida, y especialmente su misericordia. Vive maravillado de la obra de Dios en él; seguramente es consciente de su fragilidad, y por eso la sorpresa es mayor.

Queridos Maxi, Nano, Alejandro, Víctor y Nico, no dejen de ser agradecidos al Señor por la obra que Él hace en ustedes; no por sus méritos, no por el esfuerzo personal, casi que creyendo que el sacerdocio es un derecho a reclamar, y un deber de Dios de concederlo por la suma de talentos y virtudes. Al contrario, como nos recuerda San Pablo: tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes[2].

Tal vez por eso, el Señor lo llamó a Mateo. El evangelio que proclamamos comienza diciendo que Jesús lo vio. ¿Qué habrá visto en ese publicano, pecador, traidor del pueblo judío, recaudador de impuestos y con fama de ?quedarse con algunos vueltos?? Indudablemente la mirada del Señor es distinta, es profunda, es una mirada de amor que percibe todo lo que sucede en el corazón, los miedos, las angustias, las frustraciones; pero también ve las potencialidades de Mateo, sus ganas, su deseo de cambiar, su propósito de ser mejor persona, de no pecar más, aunque vuelva a caer muchas veces.

El Papa León XIV decía hace unos días que los infiernos son también la condición de quien vive la muerte a causa del mal y del pecado. Es también el infierno cotidiano de la soledad, de la vergüenza, del abandono, del cansancio de vivir. Cristo entra en todas estas realidades oscuras para testimoniarnos el amor del Padre. No para juzgar, sino para liberar. No para culpabilizar, sino para salvar. Lo hace sin clamor, de puntillas, como quien entra en una habitación de hospital para ofrecer consuelo y ayuda[3]. Así entró en la vida de Mateo, así entra en la vida de cada uno de nosotros, desciende a nuestros infiernos y nos rescata, porque nos ama y nos salva.

Y entonces Mateo pasa de recaudar a dejarlo todo por Cristo; por eso la primera lectura nos recordaba que ninguno de nosotros vive para sí; vivimos para el Señor[4]. Queridos hermanos, venzan la tentación de ser acumuladores de bienes materiales, acumuladores de seguridades, recaudando proyectos personales y honores artificiales que hacen difícil seguir a Jesús con disponibilidad, livianos de equipaje.

Mateo pasa de estar sentado a ponerse de pie. Se levantó. Como nos decía el Papa Francisco, Al Señor, con la vida cómoda, en el sillón, no se le escucha. Permanecer sentados en la vida crea interferencia con la Palabra de Dios, que es dinámica. (...) Si tú no estás en marcha para hacer algo, para trabajar por los demás, para llevar un testimonio, para hacer el bien, nunca escucharás al Señor. Para escuchar al Señor es necesario estar en marcha, no esperando que en la vida suceda algo de forma mágica[5].

Queridos hermanos, no vivan aferrados a ?las sillas? de las seguridades materiales, o agarrados de ?las sillas? de un cargo, de un título o de un oficio pastoral, porque con el paso del tiempo la costumbre los irá seduciendo y convenciendo que nada puede cambiar, que siempre se hizo así, y entonces dejamos de ser misioneros apasionados por el entusiasmo de comunicar la Buena Noticia[6].

Mateo pasa de estar quieto a seguir a Jesús y a recibirlo en su casa. Se adentra en la aventura de caminar tras los pasos del Maestro, se pone en movimiento, de publicano se convierte en discípulo de Cristo y lo recibe en su vida, en su corazón. Que ustedes también, como peregrinos de esperanza, se renueven siempre en el seguimiento de Jesús Buen Pastor, animando el encuentro con Él en la oración y la celebración eucarística.

La mesa en la que se sientan Jesús y los discípulos es una mesa grande; el evangelio resalta que se sientan muchos publicanos y pecadores. Por favor, elijan sentarse siempre en esa mesa, porque no se olvidan de sus propias fragilidades curadas por la misericordia divina. León XIV nos recuerda: no es ostentando nuestros méritos como nos salvamos, ni ocultando nuestros errores, sino presentándonos honestamente, tal como somos, ante Dios, ante nosotros mismos y ante los demás, pidiendo perdón y confiando en la gracia del Señor[7].

Esta dinámica espiritual nos hace más humanos, más normales, y aunque parezca contradictorio, nos pone en el camino de la santidad.

Los fariseos también están en la casa, pero no se sientan a la mesa. Se sienten superiores, más dignos, merecedores tal vez, de una mesa vip con comensales famosos, cumplidores de la ley, religiosos perfectos. Queridos Alejandro, Maxi, Nano, Nicolás y Víctor, no sean sacerdotes farisaicos que miran desde arriba, que levantan el dedo acusador para marcarle a los demás sus debilidades. Los fariseos se creen sanos, no necesitados del médico Jesús; nada les viene bien, no pueden alegrarse con la alegría de los publicanos y pecadores. Su vida es pura hipocresía; ocultan sus llagas y enfermedades; por esos cuestionan y reprochan la conducta de Jesús: ¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?

Porque Jesús ama sin discriminar a nadie
Porque busca especialmente a los más rotos y alejados
Porque su misericordia es infinita
Porque su mirada es compasiva y ve los deseos más profundos de cambiar
Porque lo hizo con Mateo, porque lo hace conmigo y lo hace con ustedes, y ninguno de nosotros es digno y merecedor de tanto amor.

Que su ministerio sacerdotal sea reflejo del amor de Dios; no se cansen de perdonar en su nombre, que sus corazones sean como esa mesa de la casa de Mateo, corazones donde tengan un lugar especial los pecadores y los publicanos de hoy.

Y, por último, les deseo que puedan vivir las hermosas palabras de San Bernardo de Claraval cuando dice: Luego mi único mérito es la misericordia del Señor (...). Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y, si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré eternamente las misericordias del Señor[8].

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
8 de noviembre 2025

Notas:
[1] Salmo 22, 5.
[2] 1 Corintios 1, 26-27.
[3] León XIV, Audiencia, Ciudad del Vaticano 24 de septiembre 2025.
[4] Romanos 14, 7.
[5] Francisco, Discurso a los jóvenes, Plaza Politeama Palermo, 15 de septiembre 2018.
[6] Cfr Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exultate 137-138, Ciudad del Vaticano 19 de marzo 2018.
[7] León XIV, Ángelus, Ciudad del Vaticano 26 de octubre 2025.
[8] San Bernardo, Sobre el libro del Cantar de los cantares, Sermón 61, 3-5: Opera omnia, edición cisterciense, 2 1958.

Queridos hermanos:

Al terminar nuestra Asamblea plenaria, acudimos como "peregrinos de esperanza" al Santuario de la Madre nuestra de Luján para dejar en su corazón todas las iniciativas, preocupaciones y alegrías que llevamos en nuestros corazones de pastores de cada una de nuestras Iglesias particulares. Lo hacemos también como Colegio Episcopal de nuestra amada Iglesia que peregrina en Argentina.

Hoy y aquí nos metemos profundamente en medio del Pueblo de Dios que muestra de tantos modos su cariño a la Madre de Dios y Madre nuestra, especialmente en este Santuario Nacional de Nuestra Señora de Luján, donde ella desde 1630 ha querido "quedarse" con nosotros "como signo de su maternal protección sobre este pueblo suyo que peregrina en Argentina" para que "llevados de su mano podamos encontrarnos junto al Cordero inocente que quita el pecado del mundo, Jesucristo Hijo de Dios y nuestro único Salvador"...

Hoy la Liturgia la celebra como Madre y Medianera de la Gracia.

La Iglesia nos enseña que todas las gracias sobrenaturales capaces de llevar a la salvación y a la santidad a todos los hombres del mundo fluyen del Cristo Resucitado, nacido de la santísima Virgen María. Y si esas gracias las mereció el Señor en su libre aceptación de la voluntad del Padre llevada al extremo de la cruz, ellas jamás hubieran podido llegar a nosotros de no mediar la aceptación previa, plenamente libre, de la maternidad divina por parte de María. Absolutamente todas y cada una de las gracias que Cristo dona a los cristianos han pasado por el "Sí" de María, el maravilloso "hágase en mi según tu Palabra", que pronuncia llena de amor a Dios y a nosotros en el denso instante de la Anunciación, prolongado en la aceptación de su maternidad espiritual al pie de la Cruz.

Ni una sola gracia deja de pasar por el "sí" de María. Como no hay ningún fruto que no haya sido antes flor. Ni sol radiante del verano que no haya sido preanunciado por la primavera.

María es nuestra primavera, ella es la flor más perfecta del jardín de Dios, el alba que anuncia el día. Aún en los momentos más duros de la vida, la presencia de María, de nuestra dulce Madre, es capaz de abrirnos el atisbo de esperanza, de confianza, de consuelo, capaz de elevar finalmente nuestros corazones a Dios.

Como Obispos "peregrinos de esperanza" queremos vivir hoy aquí una jornada jubilar en este Año Santo. En el Jubileo de los Obispos del 25 de junio pasado el Papa León nos recordaba que "antes de ser pastores, ¡somos ovejas del rebaño del Señor! Y por eso también nosotros, es más, nosotros primero, estamos invitados a atravesar la Puerta Santa, símbolo de Cristo Salvador. Para guiar a la Iglesia confiada a nuestros cuidados, debemos dejarnos renovar profundamente por Él, el Buen Pastor, para conformarnos plenamente a su corazón y a su ministerio de amor".

Hemos pasado por la Puerta Santa que es Jesucristo recogiendo su invitación que en palabras de San Juan nos dice que: "hay que entrar por la puerta". El que no lo hace "es ladrón y bandido". En cambio "el que entra por la puerta es el pastor del rebaño. El portero le abre, las ovejas oyen su voz, él llama a las suyas por su nombre, y las saca... para caminar delante de ellas" (Jn. 10, 1-5). Hay, que ser llamados, admitidos y autenticados por el portero y, como Él, llegar a amar apasionadamente a las ovejas.

Humanamente hablando el pastor puede tener más o menos cualidades, estos u otros dones: pero el llamado que a todos se nos hace es el de entrar por la puerta que es Jesús. Esto significa pasar a través de Jesús, vivir con sus sentimientos, conocer al Padre, llamar a las ovejas por su nombre y llegar hasta el don de la propia vida por amor. "Por eso mi Padre me ama -dice Jesús- porque yo doy voluntariamente mi vida, para recobrarla después. Tengo poder para tomarla y poder para quitarla. Pero yo he decidido darla" (Jn 10, 18).

Lo definitivo del pastor es, entonces, la manera como da su vida. En esto se reconocerá si ha pasado por la Puerta: si es o no pastor como Jesús. Es el 'gota a gota' del 'día a día', es la dedicación exclusiva, es el martirio... El pastor da la vida en su ministerio, la da como oblación (Flp. 2, 5-11; 1 Pe. 5, 1-4). La da con alegría, la da con entusiasmo, la da con calidad. La da y nunca la mezquina. Jesús lo tiene muy claro: "el que se aferra a la vida, la pierde; el que desprecia la vida en este mundo, la conserva para la vida eterna" (Jn 12, 25).

Pidamos con toda la fuerza de nuestra confiada oración renovarnos hoy en la entrega de cada uno de nosotros a Cristo y a su Iglesia hasta llega a "dar la vida por las ovejas".

También en el Jubileo de los Obispos en Roma, nos recordaba el Santo Padre que "el obispo es hombre de esperanza, porque «la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven» (Hb11,1). Especialmente cuando el camino del pueblo se hace más difícil, el pastor, por virtud teologal, ayuda a no desesperar; no con las palabras, sino con la cercanía. Cuando las familias llevan cargas excesivas y las instituciones públicas no las sostienen adecuadamente; cuando los jóvenes están decepcionados y hartos de mensajes falsos; cuando los ancianos y las personas con discapacidades graves se sienten abandonados, el obispo está cerca y no ofrece recetas, sino la experiencia de comunidades que tratan de vivir el Evangelio con sencillez y compartiendo con generosidad".

¡Qué concretas y reales se hacen estas palabras para nosotros hoy que queremos ser una luz de esperanza entre tantos desafíos que vivimos como argentinos! ¡Cómo anunciar y sostener esa esperanza puesta a prueba en tantos hermanos nuestros! En los que sufren en su cuerpo y en su alma, en los que no tienen trabajo y no pueden ofrecer el pan de cada día a sus hijos, en los jóvenes desorientados y abandonados a su suerte, en los ancianos que experimentan no poder satisfacer sus mínimas necesidades para su vida diaria y el cuidado de su salud. Y podríamos seguir describiendo largamente una realidad que contemplamos con nuestros ojos cada día compartiendo la vida y los desafíos de nuestra gente.

Reafirmemos hoy también nuestro compromiso de amor con cada uno de nuestros hermanos que sufren y con esta realidad que nos toca vivir hoy y que tanto interpela a nuestro corazón de pastores. Como nos invita el Papa León en Dilexi te: "Escuchando el grito del pobre, estamos llamados a identificarnos con el corazón de Dios, que es premuroso con las necesidades de sus hijos y especialmente de los más necesitados" (D T 8).

Santa María de Luján, Madre Nuestra, Medianera de la Gracia: Como pastores de esta Iglesia Argentina te pedimos: Llévanos a Jesús, el buen Pastor... Porque para guiar a la Iglesia confiada a nuestros cuidados, debemos dejarnos renovar profundamente por Él, el Buen Pastor, para conformarnos plenamente a su corazón y a su misterio de amor.

Llévanos a Jesús con todos aquellos que están bajo nuestro cuidado y que están en nuestro corazón. Lleva al Corazón de Jesús esta Iglesia que peregrina en Argentina y ruega por nosotros,... "para que sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en la fidelidad al Evangelio... y que siempre atentos a las necesidades de todos los hombres y compartiendo con ellos sus penas y sus angustias, sus alegrías y esperanzas, les mostremos el camino del Evangelio y avancemos con ellos en el camino de la salvación". Que así sea

Santa María de Luján. Ruega por nosotros.

Mons. César Daniel Fernández, obispo de Jujuy y vicepresidente segundo de la CEA

Las parábolas de la misericordia Lc. 15

Mis queridos hermanos,

Dios nos ha hablado, y nosotros escuchamos.

En las parábolas de la misericordia que Lucas nos relata, tanto de la oveja, como de la moneda se nos dice de ellos que estaban perdidos y fueron encontrados. La consecuencia de la recuperación es la alegría tanto del pastor como de la mujer; ambos hacen fiesta. Lucas continúa con una tercera parábola, la del padre misericordioso. Aquí también el hijo estaba perdido y fue encontrado, con la consecuente fiesta. Pero solo del hijo se agrega que además estaba muerto y que fue vuelto a la vida.

Por su parte, Pablo en su carta nos deja esta profunda afirmación "Si vivimos, vivimos para el Señor, ... tanto en la vida como en la muerte a El pertenecemos".

La vida está siempre referida a un sentido de pertenencia. Vivimos para el Señor, y la perseverante búsqueda del pastor y de la mujer nos hacen notar que ellos no pueden vivir en paz hasta que no recuperen lo perdido. Lo mismo el padre misericordioso que no se cansa nunca de esperar el regreso de su hijo. Ninguno de los tres, diríamos, están completos hasta que se produce el encuentro. La alegría que experimentan es el signo de su plenitud. Recuperar el vínculo los hace felices y completos.

El Documento Final del Sínodo, declarado magisterio ordinario, estructura todo el documento en base a la categoría relacional y nos anima a una conversión de las relaciones, de los procesos y de los vínculos. Así como Pablo nos lleva al vinculo fontal que es el Señor -tanto en la vida como en la muerte a El pertenecemos-, así el Sínodo nos lleva a la revalorización del bautismo, fuente de donde brota la identidad del Pueblo de Dios y de donde nacen los modos de vincularnos.

Papa Francisco nos conectaba con el sentimiento de ser pueblo de Dios, su sabor espiritual, "(nos) hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior... (El Señor) nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia". (EG 268)

Es el mismo sentido de pertenencia que se nos invita a reavivar por medio de la conversión de nuestros vínculos, desde la misma dignidad bautismal. Esto implica que cada fiel cristiano, y nosotros como obispos, necesitamos revisar nuestros modos de relación. Podríamos revisar muestras resistencias a lo sinodal, nuestros modos de ejercer la autoridad, nuestro trato hacia los demás. Los demás que son los presbíteros, los laicos, las mujeres, los hermanos obispos, los organismos de participación. Revisar ese sabor espiritual de ser pueblo, que nos ponga desde el inicio de toda relación personal en pie de igualdad, con la conciencia viva de plantear así todo vínculo. No entramos a la iglesia siendo pastores sino laicos, nos recordaba también Francisco. "Evocar al Santo Pueblo fiel de Dios, es evocar el horizonte al que estamos invitados a mirar y desde dónde reflexionar... Nuestra primera y fundamental consagración hunde sus raíces en nuestro bautismo Olvidarnos de esto acarrea varios riesgos y deformaciones tanto en nuestra propia vivencia personal como comunitaria del ministerio... El Santo Pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo, por tanto, a la hora de reflexionar, pensar, evaluar, discernir, debemos estar muy atentos a esta unción".

Tener siempre presente ese denominador común que nos da el bautismo, todos hijos, todos hermanos, puede ayudarnos mucho a comprender bien esa "corresponsabilidad diferenciada" de la que tanto nos habla el Sínodo. Vincularnos desde la conciencia viva de nuestra igual dignidad de discípulos, en ese pie de igualdad, habilita la relación fraterna, propia del Evangelio. Las primeras comunidades cristianas así buscaban vivirlo y sin quizás querer provocarlo deliberadamente, propusieron al mundo un nuevo modelo social: un mundo de hermanos y hermanas como base de organización social comunitaria. Es esa "profecía social" a la que nos invita practicar el camino sinodal en un mundo donde los liderazgos sociales y políticos están tan personalizados y cuestionados.

En nuestras Asambleas hemos iniciado el gesto de compartir la Eucaristía y la cena fraterna con los laicos integrantes de nuestras Comisiones Episcopales. Un gesto sinodal sin duda, pero para que no se convierta en un signo vacío sin incidencia transformadora, podríamos hacernos estas preguntas que Papa Francisco plantea a los obispos responsables del CELAM durante la JMJ Rio 2013

"Los Pastores, Obispos y Presbíteros, ¿tenemos conciencia y convicción de la misión de los fieles y les damos la libertad para que vayan discerniendo, conforme a su proceso de discípulos, la misión que el Señor les confía? ¿Los apoyamos y acompañamos, superando cualquier tentación de manipulación o sometimiento indebido? ¿Estamos siempre abiertos para dejarnos interpelar por ellos en su búsqueda del bien de la Iglesia y su misión en el mundo?

No dudamos que tenemos la buena voluntad de superar clericalismos y de practicar la corresponsabilidad con los laicos de manera diferenciada, pero superar esta cultura ancestral y asumir el corazón de la sinodalidad como cambio paradigmático y programático supone de nuestra parte una conversión y no simplemente un cambio. Es aceptar la invitación a revisar nuestros modos de vincularnos y nuestra práctica de la autoridad. Preguntas como las que nos plantea el Papa Francisco y algunas otras más pueden ayudarnos a superar ocultas resistencias.

En la parábola que escuchamos, cuando el pastor sale a buscar a la oveja perdida no se dice de ella que es una oveja descarriada. Simplemente se perdió. Quizás por negligencia o descuido del pastor, quizás por otras razones, pero la cuestión es que el pastor sale a buscarla y no termina de hacerlo sino hasta encontrarla. El vínculo con ella lo define como pastor.

Los laicos también están invitados a revisar los modos de vincularse entre ellos y con los pastores. No es cuestión de dar vuelta las cosas porque se repetiría el esquema de unos sobre otros. "Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes". Un movimiento para provocar el encuentro y hermanar. Es la invitación de Jesús a lavarnos los pies los unos a los otros. Este sentido de reciprocidad vincular es constitutivo del camino sinodal.

Termino con palabras de León XIV en el jubileo de los equipos sinodales: "Ser Iglesia sinodal significa reconocer que la verdad no se posee, sino que se busca juntos, dejándonos guiar por un corazón inquieto y enamorado del Amor. Comprometámonos a construir una Iglesia totalmente sinodal, totalmente ministerial, totalmente atraída por Cristo y por lo tanto dedicada al servicio del mundo".

Buenos Aires (Pilar), jueves 6 de noviembre de 2025.-
Mons. Martín Fassi, obispo de San Martín y presidente de la Comisión Episcopal para la Vida, los Laicos, la Familia y Juventud (Cevilaf)

La presente Nota responde a numerosas consultas y propuestas que llegaron a la Santa Sede en las últimas décadas "particularmente a este Dicasterio" sobre cuestiones relacionadas con la devoción mariana y sobre algunos títulos marianos. Son cuestiones que han preocupado a los últimos Pontífices y que han sido repetidamente tratadas en los últimos treinta años en los diversos ámbitos de estudio del Dicasterio, como Congresos, Asambleas ordinarias, etc. Esto ha permitido a este Dicasterio contar con un abundante y rico material que alimenta esta reflexión.


El texto, al mismo tiempo que clarifica en qué sentido son aceptables, o no, algunos títulos y expresiones que se refieren a María, se propone profundizar en los adecuados fundamentos de la devoción mariana precisando el lugar de María en su relación con los creyentes, a la luz del Misterio de Cristo como único Mediador y Redentor. Esto implica una profunda fidelidad a la identidad católica y, al mismo tiempo, un particular esfuerzo ecuménico.


El eje que atraviesa todas estas páginas es la maternidad de María con respecto a los creyentes, cuestión que aparece reiteradamente, con afirmaciones que se retoman una y otra vez, enriqueciéndolas y completándolas, a modo de espiral, con nuevas consideraciones.


La devoción mariana, que la maternidad de María provoca, es presentada aquí como un tesoro de la Iglesia. La piedad del Pueblo fiel de Dios que encuentra en María refugio, fortaleza, ternura y esperanza, no se contempla para corregirla sino, sobre todo, para valorarla, admirarla y alentarla; dado que ésta es una expresión mistagógica y simbólica de una actitud evangélica de confianza en el Señor que el mismo Espíritu Santo suscita libremente en los creyentes. De hecho, los pobres «encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de María. En ella ven reflejado el mensaje esencial del Evangelio»[1].


Al mismo tiempo, existen algunos grupos de reflexión mariana, publicaciones, nuevas devociones e incluso solicitudes de dogmas marianos, que no presentan las mismas características de la devoción popular, sino que, en definitiva, proponen un determinado desarrollo dogmático y se expresan intensamente a través de las redes sociales despertando, con frecuencia, dudas en los fieles más sencillos. A veces se trata de reinterpretaciones de expresiones utilizadas en el pasado con diversos significados. Este documento tiene en cuenta estas propuestas para indicar en qué sentido algunas responden a una devoción mariana genuina e inspirada en el Evangelio, o en qué sentido otras deben ser evitadas porque no favorecen una contemplación adecuada de la armonía del mensaje cristiano en su conjunto.


Por otra parte, en diversos pasajes de esta Nota se ofrece un amplio desarrollo bíblico que ayuda a mostrar cómo la auténtica devoción mariana no aparece solamente en la rica Tradición de la Iglesia sino ya en las Sagradas Escrituras. Esta destacada impronta bíblica está acompañada por textos de los Padres y Doctores de la Iglesia y de los últimos Pontífices. De este modo, más que proponer límites, la Nota busca acompañar y sostener el amor a María y la confianza en su intercesión materna.


Víctor Manuel Card. Fernández, prefecto


Introducción


1. [Mater Populi fidelis] La Madre del Pueblo fiel[2] es contemplada con afecto y admiración por los cristianos porque, si la gracia nos vuelve semejantes a Cristo, María es la expresión más perfecta de su acción que transforma nuestra humanidad. Ella es la manifestación femenina de todo cuanto puede obrar la gracia de Cristo en un ser humano. Ante semejante hermosura, movidos por el amor, muchos fieles han procurado siempre referirse a la Madre con las palabras más bellas y han exaltado el lugar peculiar que ella tiene junto a Cristo.


2. Recientemente, este Dicasterio ha publicado las Normas para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales[3].Es frecuente que, en relación con dichos fenómenos, se utilicen determinados títulos[4] y expresiones referidas a la Virgen María. Esos títulos, algunos de los cuales ya aparecen en los Santos Padres, no siempre se utilizan con precisión; a veces se cambia su significado o se pueden malinterpretar. Además de los problemas terminológicos, algunos títulos presentan dificultades importantes en cuanto al contenido porque, con frecuencia, se produce una comprensión errónea de la figura de María que tiene serias repercusiones a nivel cristológico[5], eclesiológico[6] y antropológico[7].


3. El principal problema, en la interpretación de estos títulos aplicados a la Virgen María, es cómo se entiende la asociación de María en la obra redentora de Cristo, es decir, «¿cuál es el significado de esa singular cooperación de María en el plan de la salvación?»[8]. El presente documento, sin querer agotar la reflexión ni ser exhaustivo, intenta preservar el equilibrio necesario que, dentro de los misterios cristianos, debe establecerse entre la única mediación de Cristo y la cooperación de María en la obra de la salvación, y pretende mostrar también cómo ésta se expresa en diversos títulos marianos.


La cooperación de María en la obra de la salvación

4. Tradicionalmente, la cooperación de María en la obra de la salvación se ha afrontado desde una doble perspectiva: desde su participación en la Redención objetiva, realizada por Cristo durante su vida y particularmente en la Pascua, y desde el influjo que ella tiene actualmente sobre los que han sido redimidos. En realidad, estas cuestiones están interrelacionadas y no pueden considerarse de manera aislada.


Notas:

[1] Consejo Episcopal Latinoamericano, V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Aparecida, 13-31 de mayo de 2007), n. 265. Citado en el n. 78 de esta Nota.

[2] Cf. S. Agustín, De sancta virginitate, 6: PL 40, 399.

[2] Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Normas para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales (17 mayo 2024): AAS 116 (2024), 771-794.

[4] En algunos de estos fenómenos, o apariciones, la Virgen María es denominada con títulos como Corredentora, Redentora, Sacerdote, Mediadora, Mediadora de todas las gracias, Madre de la gracia, Madre espiritual, etc.

[5] Cf. S. Pablo VI, Exhort. ap. Marialis cultus (2 febrero 1974), n. 26: AAS 66 (1974), 136-139.

[6] Cf. Ibid., n. 28: AAS 66 (1974), 139-141.

[7] Cf. Ibid., n. 37: AAS 66 (1974), 148-149.

[8] S. Juan Pablo II, Audiencia general (9 abril 1997), n. 3: L'Osservatore Romano, 10 abril 1997, 4.

Mis queridos hermanos

Una vez más el Señor nos convoca a celebrar nuestra fraternidad ministerial en esta Eucaristía, fiesta de su irrevocable don para todos los hombres. ¡Cómo no alegrarnos de poder iniciar así esta semana de trabajo común en ejercicio de nuestra colegialidad al servicio de la Iglesia en la Argentina!

Junto a toda la Iglesia, participamos de este Año jubilar de la Esperanza, convocado por el Papa Francisco en homenaje a los 1700 años del Concilio de Nicea, poniendo signos de esperanza allí donde la realidad nos desafía crudamente. Las celebraciones jubilares, en Roma como en las iglesias particulares, ponen de manifiesto la riqueza del amor del Señor que se hace presente en tantas realidades pastorales que hablan de Dios al mundo y le permiten levantar la mirada para anhelar esos bienes eternos que empiezan a realizarse en el aquí y ahora de nuestras vidas.

En el Evangelio, Lucas nos refiere una fiesta que tiene lugar en sábado, en la casa de un importante jefe de los fariseos que ha invitado a Jesús a comer. El Señor le da al anfitrión un consejo exigente y desconcertante, poniendo en crisis las normas habituales para invitar a una fiesta. Al banquete debe invitarse «a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos», es decir, a los pobres y a los impuros, contra tantas prescripciones vigentes.

El mandato de Jesús es chocante y desestabilizador, pues invierte las prácticas sociales fundadas en el reconocimiento mutuo, el amiguismo, el agradecimiento y la correspondencia. Lo más común es invitar para ser invitado y reforzar así una pertenencia a un cierto grupo, inclusive para diferenciarse de otros.

Jesús le propone un nosotros más grande, con la gratuidad como criterio fundamental, así como lo hace Dios, que ofrece sus dones de manera gratuita. En el mismo Evangelio leemos que dar sin esperar recompensa y ser misericordioso es identificarse con Dios (Lc. 6,36) y ser hijos suyos (Lc. 6,35). Desde la mirada de Dios, el mundo se ve y se valora de una forma diferente. Allí los pobres y los marginados tienen lugar en la fiesta. Vivir según esa perspectiva conmueve fuertemente la escala de valores que nos guían, personal y comunitariamente.

Sobre eso dice claramente el Papa León que "el afecto por el Señor se une al afecto por los pobres. Aquel Jesús que dice: «A los pobres los tendrán siempre con ustedes» (Mt 26,11) expresa el mismo concepto que cuando promete a los discípulos: «Yo estaré siempre con ustedes» (Mt 28,20). Y al mismo tiempo nos vienen a la mente aquellas palabras del Señor: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40). No estamos en el horizonte de la beneficencia, sino de la Revelación; el contacto con quien no tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de encuentro con el Señor de la historia. En los pobres Él sigue teniendo algo que decirnos" (Dilexi te, n. 5)

Si la vida puede ser entendida como una fiesta a la que todos estamos llamados, nadie puede ser excluido. No hay poder humano sobre el derecho a la vida y a la participación de los dones de Dios. Por eso los cristianos somos conscientes de que tenemos la misión de luchar con todas nuestras energías, junto a la sublime causa de la paz, por el derecho a la vida y su dignidad, en todas las etapas de la existencia humana.

Así lo hemos venido haciendo desde distintos espacios del episcopado en relación con las personas con discapacidad, los jubilados, los hermanos y hermanas víctimas de las adicciones y la trata, los niños y jóvenes afectados por la ludopatía virtual extendida masivamente por intereses espurios, permitida y alentada con la complicidad de tantos sectores políticos y sociales.

Al igual que a Jesús, no nos resulta posible participar de la fiesta de la vida sin interesarnos en invitar a todos para que nadie quede afuera a causa de la mezquindad, la avaricia o el desinterés por los más pobres y vulnerables. En palabras del Papa León: "(...) es responsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios hacer oír, de diferentes maneras, una voz que despierte, que denuncie y que se exponga, aun a costo de parecer «estúpidos». Las estructuras de injusticia deben ser reconocidas y destruidas con la fuerza del bien, a través de un cambio de mentalidad, pero también con la ayuda de las ciencias y la técnica, mediante el desarrollo de políticas eficaces en la transformación de la sociedad" (Papa León, Dilexi te, n. 97).

Si damos un paso más, también podemos pensar en la amistad social como una fiesta a la que estamos invitados todos los que conformamos una determinada comunidad; por esa razón, nos resulta imperioso, más que nunca, referirnos a la participación sin exclusiones.

Quienes tienen un mandato de su pueblo para el ejercicio de un cargo, no deben ignorar la voz y los aportes de todos los miembros y sectores de esa comunidad, algunos de los cuales tienen representación política parlamentaria y su propio espacio de manifestación institucional. La construcción permanente de consensos debería ser el norte de quienes quieran gobernar con amor, inteligencia y pasión por el bien de su pueblo.

En nuestro caso, además del servicio de cada obispo a su Iglesia particular como padres y pastores, somos miembros de la Conferencia y nos reunimos en Asamblea porque creemos que "las prácticas auténticas de sinodalidad permiten a los cristianos desarrollar una cultura capaz de profetizar críticamente frente al pensamiento dominante y ofrecer así una contribución distintiva a la búsqueda de respuestas a muchos de los retos a los que se enfrentan las sociedades contemporáneas y a la construcción del bien común" (DF 47).

Dos veces al año, de modo plenario, llegamos para escucharnos y compartir inquietudes y ricas experiencias apostólicas, también los problemas y sufrimientos de nuestra gente y de nuestras Iglesias particulares, así como sus sueños y proyectos. Lo hacemos con la convicción de buscar juntos lo mejor para la Iglesia en la Argentina. Pero además extendemos ese trabajo en comisiones y consejos episcopales para profundizar el seguimiento de importantes áreas de interés pastoral. Una Iglesia toda ministerial es una iglesia auténticamente fraternal y concretamente samaritana que busca que nadie se quede en el camino, que todos lleguen a la meta, a la fiesta a la que Dios nos invita.

Durante estos días reflexionaremos sobre la actitud profética que el Señor le pide a su Iglesia. Que la sinodalidad vivida en la escucha recíproca, con especial atención al grito de los pobres y el clamor de la Tierra, nos permita hacer realidad entre nosotros lo que la Semana social de este año invitaba a todos los argentinos: "Que la sabiduría del diálogo, la misericordia que acoge y la alegría de la esperanza nos impulsen a involucrarnos y organizarnos como sociedad para tejer vínculos que hagan posible una Patria con verdadera Amistad Social y orientada al bien común".

Pilar, 3 de noviembre de 2025
Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza y presidente de la CEA

No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto. (Rm 12,2)

Queridas comunidades que peregrinan en el sur entrerriano.

Con esas palabras del apóstol Pablo deseo introducir esta reflexión fraterna, dirigida a toda la comunidad diocesana, especialmente a las familias, a los catequistas, a los educadores y a todos los agentes de pastoral.

1. Discernir con la serenidad del Evangelio
Vivimos en una sociedad pluricultural e interconectada, en la que los límites entre las tradiciones propias y las costumbres ajenas se desdibujan con rapidez. Es comprensible que se introduzcan en nuestras comunidades prácticas de todo tipo que no siempre coinciden con los valores del Evangelio, o incluso, en algunos casos, los contradicen. Ante esta realidad, el discípulo de Jesús no puede responder desde el miedo o la condena, sino con la serenidad que brota del Espíritu, porque "el que posee el Espíritu puede discernir todas las cosas" (ICo 2,15). La Iglesia no vive de reacciones impulsivas, sino de convicciones profundas.

El Papa Francisco exhorta a mantener una mirada creyente y esperanzada: "Los males de nuestro mundo -y los de la Iglesia- no deberían ser excusa para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que 'donde abundó el pecado sobreabundó la gracia' (Rm 5,20)" (Evangelii gaudium, n. 84).

Sin embargo, esa apertura al diálogo no significa indiferencia. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: "Todos los hombres tienen el deber, y por tanto el derecho, de buscar la verdad sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia; y una vez cornada, abrazarla y guardarla fielmente." (CEC, 2104), y este deber implica también dar razón de la propia fe (cf. 1 Pe 3,15).

Por eso, cuando surgen celebraciones o prácticas populares ajenas o contrarias a la fe -especialmente aquellas que exaltan lo oscuro o lo supersticioso-, el creyente está llamado a discernirlas con libertad interior y testimoniar con claridad su identidad cristiana, sin agresividad ni desprecio, pero también sin confusión ni sincretismo.

2. Custodiar con ternura la fe en familia
Deseo dirigirme de manera particular a los padres de familia cristianos, primeros educadores de la fe de sus hijos. El papa san Juan Pablo II enseñaba: "Los padres deben ser conscientes de que el ejemplo de su vida cotidiana es el primer modo de educación de la fe: la familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales" (Familiaris consortio, n. 36). Y el Código de Derecho Canónico recuerda que: "Los padres tienen la obligación gravísima y el derecho primario de educar a los hijos, también en la fe" (CIC, can. 226 §2).

Por eso los invito paternalmente a reflexionar y a desalentar con prudencia y claridad la participación de niños y adolescentes en celebraciones o costumbres que, bajo apariencia de diversión, introducen símbolos y mensajes que contradicen la visión cristiana de la vida, de la muerte y de la esperanza. Educar en la fe significa ayudar a los hijos a distinguir entre lo que divierte y lo que ayuda a crecer, entre lo que banaliza el mal y lo que ilumina la vida con el bien. En la familia se aprende también que la verdadera alegría no se disfraza, sino que nace de saberse amado por Dios y llamado a la santidad.

3. Tejer con creatividad la comunión
A los catequistas, educadores y agentes de pastoral los animo a ser creativos y propositivos en este tiempo. Tenemos en nuestra tradición un tesoro espiritual inmenso: la fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos, profundamente arraigadas en el corazón creyente de nuestro pueblo. Son días para afirmar la fe en la comunión de los santos, en la vida eterna y en la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). Evitemos, sin embargo, caer en la tentación de la confrontación simbólica, que podría expresarse en vestir a los niños como santos en un gesto de oposición o de "competencia" con otras costumbres. Esa actitud, aunque bien intencionada, podría alejarnos del espíritu evangélico de mansedumbre. El camino cristiano no es el de la contraposición agresiva, sino el del testimonio luminoso. El Directorio para la Catequesis enseña: "El primer acto de evangelización es el testimonio de una vida auténticamente cristiana, donada, libre y alegre" (Directorio para la Catequesis 2020, n. 39).

Invito, pues, a que en las instituciones educativas, las parroquias y las comunidades se promuevan celebraciones de la vida, de la santidad y de la esperanza, con signos de luz, oración por los difuntos, gestos de caridad y encuentros familiares. Así el pueblo cristiano, sin confrontar, puede mostrar con gozo la verdad y la belleza de su fe.

El Código de Derecho Canónico nos recuerda, además: "Todos los fieles tienen la obligación y el derecho de procurar que el mensaje divino de la salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo". (CIC, can. 211) Y también: "Los laicos, cada uno según su condición, deben cuidar de que el espíritu evangélico impregne el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la sociedad" (CIC, can. 225 §2). No lo haremos desde el miedo, sino desde la alegría de quien cree en la victoria del amor sobre toda oscuridad.

La Bienaventurada Virgen María, Reina de todos los Santos y Madre de la Iglesia, nos ayude a mirar el mundo con ojos de misericordia, a discernir con sabiduría y a testimoniar la fe con serenidad y alegría.

Mons. Héctor Luis Zordán M.Ss.CC., obispo de Gualeguaychú
24 de octubre del Año Santo 2025.

Querido Agustín, querido diácono Agustín. Hoy se cumplen justo 5 meses en que recibiste el orden del diaconado para servir, sin límites a tus hermanos. Para ser testigo de la Caridad de Jesús, expresada en cercanía y atención a sus necesidades, caridad que en nombre de la Iglesia asumiste con libertad y alegría. Sin duda que este servicio y deseo no termina con lo que en unos momentos vas a recibir, se plenifica con la ayuda del Señor y de tu renovada voluntad.

Tenemos buenos y ejemplares Pastores que pueden iluminarnos en nuestro propio camino de consagrados, pero hoy quisiera referirme a tres modelos que, deseo, te iluminen siempre tu camino sacerdotal. Harás tu camino, sin duda, pero nunca olvidando que lo transitarás sosteniendo e iluminado por el Espíritu Santo.

El Beato Eduardo Pironio, hombre fecundo, marcado por la Cruz, y siempre con alegría y esperanza le escribió en aquellos difíciles años de los 70 una carta a un futuro sacerdote, comparto un extracto de ésta:

Serás sacerdote: "el amigo de Dios para los hombres", el que sabe escuchar con interés, hablar con oportunidad, hacer cotidianamente el camino con los otros.

Serás presencial del Señor entre tus hermanos; el que sabe revelar a los hombres los secretos del Padre, comunicarles la gracia de su Amor, conducirlos en la Luz y en la serenidad hacia la Pascua consumada. ¿Qué puedo desearte? Lo que siempre he deseado para mí: que seas hombre de Dios, que tengas una amistad gozosa del Padre y que comuniques incesantemente a Dios a los demás... que seas hombre de Iglesia: con una perfecta fidelidad a su misión, con una entrega pronta por tu Obispo, con un amor sincero y generoso al Pueblo de Dios que te fuere encomendado. Que seas "el amigo de los hombres"; que los sepas comprender e interpretar, que tengas el corazón grande y tierno de Cristo. Que seas amigo y testigo de todos los que te necesiten: pobre y pecador, hermano y amigo; que los sepas siempre, sin decirlo, conducir a Dios por tu sola presencia, porque eres "el hombre de Dios", el sacerdote de Jesucristo".

Compartiendo y seguramente los sacerdotes también, que es un buen proyecto de vida sacerdotal, con este extracto, podríamos detenernos y rumiar cada palabra.

Y a sus 50 años de sacerdocio Pironio nos compartía:

"Si tuviera que dejar un mensaje, sería el de la fidelidad de Dios. 'Dios es fiel'. Y yo me siento feliz de gritar al mundo la alegría de ser sacerdote. Una invitación a todos a creer en un Dios que es amor, ser cotidianamente fieles, esperar contra toda esperanza".

En algunos de sus mensajes a los sacerdotes el Cardenal Pironio les compartía:

"El mundo espera de nosotros -los sacerdotes- que seamos fieles a nuestra original vocación de testigos de lo Absoluto... Que enseñemos a los hombres cómo es aún posible la alegría y la esperanza, la inmolación cotidiana a la voluntad del Padre y la donación generosa a los hermanos".

Sabía Pironio lo que en sus años sacerdotales ha ido compartiendo, que la identidad sacerdotal es ser profetas de las maravillas de Dios y signos claros y eficaces de su amor misericordioso. Más que nunca, predica Pironio en 1974, los "sacerdotes, debemos ser hoy los profetas de la Luz y los ministros de la comunión. Por eso los hombres del Espíritu".

Renuevo con mucha alegría y doy sinceras gracias a Dios por la posibilidad de poder celebrar una nueva ordenación sacerdotal.

Alegría porque se extiende el ministerio recibido con un joven que hará presente a Jesús Buen Pastor, mediador entre Dios y los hombres. Alegría y gratitud también porque de nuestra familia diocesana el Señor ha llamado a un hijo suyo para que sirva a esta familia eclesial.

Iglesia particular, personal, en donde la realidad de la Diócesis se hace presente donde están los militares y los miembros de las Fuerzas Federales de Seguridad y también sus familias. A ellos y por ellos somos enviados a servir.

El Señor ha elegido a Agustín con exclusividad. Habiendo realizado tu formación inicial y renovando tu deseo de seguir al Señor, habiendo sido ordenado Diácono, es importante volver a escuchar las palabras: "Con la ayuda de Dios y de nuestro Salvador Jesucristo, ELEGIMOS a este hermano nuestro para el Orden Presbiteral".[1]

Y es Dios que escucha nuestras oraciones, cuantos le pedimos como mendigos insistentes: ¡enviamos Padre, sacerdotes según tu corazón! Las vocaciones son respuesta de la fe a la comunidad orante por eso no quiero de dejar de dar gracias a todos los que diariamente rezan por el aumento de las vocaciones. Necesitamos jóvenes dispuestos a dejarlo todo, y todo es todo, para llenarnos solo del Señor.

Vamos a escuchar ahora, la disponibilidad para desempeñar siempre el ministerio sacerdotal, por medio del Orden del Orden Episcopal, apacentando el rebaño del Señor guiado por el Espíritu Santo, tu disponibilidad para Predicar el Evangelio, y enseñar la fe católica, para celebrar con fidelidad la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, para alabanza de Dios y santificación de nuestro pueblo, para rezar por el pueblo que se te confiará, para unirte a Jesús y ser con Él ofrenda con tu corazón célibe, esto es, con un corazón no dividido, un corazón que ama a todos, que no ama solo a algunos. Un corazón que solo tiene la exclusividad del amor a Dios y desde Él, el amor a todos. A algunos, los que el Señor quiere, llama para que amen a Dios con exclusividad primera y con todas las fuerzas y Dios amen a todos. Aún experimentando alguna vez nuestra fragilidad, el Señor siempre da la gracia. A Agustín, les compartí en su ordenación diaconal, que, al llamarlo Dios, recibe también el carisma, la gracia del celibato.

Por eso los formadores no sólo disciernen la vocación a un estado de vida, disciernen también si hay capacidad para tener un corazón totalmente entregado a Dios para vivir en una vida célibe.

Los que estamos ordenados podemos y debemos renovar este compromiso alegre y gozoso de entregarnos, porque el Señor nos miró a los ojos con amor y nos llamó. Una vida célibe, plena y feliz, nos da un corazón libre.

San Alberto Hurtado, ha dejado una expresión sobre la Misa y la vida que es muy importante que la podamos meditar y asumir:

"Mi Misa es mi vida y mi vida una Misa prolongada"; él entendió que la Eucaristía no era un "agregado" a su vida y menos, a su ministerio. Era parte de su ministerio, la Misa para la cual fuimos y somos ordenados Presbíteros es parte fundamental de nuestro servicio como sacerdotes. Somos ordenados para dar a nuestro pueblo el Pan de Vida y a la vez como vida somos dados para nuestro pueblo, somos ordenados para nuestro pueblo, debemos hacer de nuestras vidas, vidas eucarísticas, donadas, ofrecidas... tomad y coman este es mi Cuerpo que será entregado por ustedes, tomen y beban porque este es el cáliz de mi Sangre será derramada por ustedes. Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres para intervenir a favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios" (Hb 5,1)

Todo sacerdote es llamado a ser mediador entre Dios y los hombres. El Papa Francisco nos exhortaba a serlo y no ser "meros intermediarios". El mediador se pierde a sí mismo para unir las partes, el mediador paga con la propia vida, con el propio cansancio, con el propio trabajo y aquí, me viene a la memoria tu lema sacerdotal, extraído del Evangelio de San Juan (17, 19.23) ·"Por ellos me consagro" Para que sean perfectamente uno".

También nos ha recordado más de una vez que no somos funcionarios, somos discípulos, creyentes, "otros Cristos", somos como Cristo Cabeza y esto es una gracia muy grande y un desafío también muy grande.

El Papa León, les compartió a los seminaristas en junio que fueron llamados a amar el corazón de Jesús, pero recordaba el Papa que para aprender este arte hay que trabajar en la propia interioridad, donde Dios hace oír su voz y desde donde parten las decisiones más profundas y hay que convertir para que toda "su humanidad huela a Evangelio".

La postración significa esto: poner nuestra nada bajo la grandeza de Dios, nuestra pequeñez ante la grandeza de Dios, nuestra pobreza ante la riqueza de Dios. Sólo Él es todo, solo Dios basta, esto queremos vivir. "Me postre consciente de mi nada y me levante sacerdote para siempre", esta expresión del Santo Cura de Ars, da dos claves, la humildad de ministro (la nada) y la grandeza del Señor que, conociéndonos, nos llama a ser "sacerdotes para siempre".

Que San Juan de Capistrano, Patrono de los Capellanes Castrenses te anime a nunca bajar los brazos para batallar con el Señor para instaurar todo en Cristo. Y con el Santo Cura Brochero patrono del Clero de Argentina te ayude a buscar sin descanso que los fieles se encuentren con Jesús, Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

Que María, nuestra Madre, en su advocación de Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Patria y de nuestro Obispado, te acompañe siempre en tu ministerio, y en tu advocación de María Auxiliadora, que Ella te auxilie para que puedas conservar siempre, el fervor de este tiempo, que puedas gozar con tu ministerio, como si siempre fuera el primer día, y que conserve y avive en vos, el deseo de ser santo.

Mons. Santiago Olivera, obispo castrense
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Nota:
[1] Queremos ver a Jesús. BAC, Meditación XI, pág. 143.