Mons. Castagna: 'Por Cristo, el Bautista es quien es'
- 12 de diciembre, 2025
- Corrientes (AICA)
"Así lo entiende él, consciente de su tarea subalterna, como la voz que clama y le da sonoridad a la Palabra", destacó el arzobispo y valoró: "La grandeza de Juan radica en su asombrosa humildad".
Sugerencia para la homilía de monseñor Castagna
Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó que la estatura providencial de san Juan Bautista proviene de su misión de Precursor".
"Sin restar nada a sus méritos personales, por Cristo es lo que es. Así lo entiende él, consciente de su tarea subalterna, como la voz que clama y le da sonoridad a la Palabra", sostuvo.
"No se considera digno de desempeñar el oficio de siervo: 'aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias'", destacó.
El arzobispo indició que "la grandeza de Juan radica en su asombrosa humildad".
"Jesús aprovecha para calificar al Bautista con términos admirables: 'les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista'", puntualizó citando el Evangelio.
"El más pequeño en el Reino de Dios es más grande que Juan. Ese 'más pequeño' es Cristo. El pequeño es el humilde. Cristo es modelo único de pobreza de corazón", concluyó.
Texto de la sugerencia
1. Vayan a contar lo que ven y oyen. Juan se considera responsable de quienes lo siguen. Algunos de ellos serán los discípulos principales de Cristo, como Juan y Santiago. La escena relatada por Mateo muestra todo el misterio de su sobrenatural intuición. La consulta transmitida a Jesús mediante sus discípulos más cercanos, no parece expresar una duda personal acerca de la identidad de su misterioso pariente. Más bien ofrece a los otros la ocasión de conocer a Cristo, quien no se auto define con palabras sino mostrándose en los signos mesiánicos formulados por los Profetas: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!" (Mateo 11, 4-6). Hoy, como entonces, el mundo necesita identificar a Jesús en los signos, que Él mismo ha seleccionado -en el mundo y desde su Iglesia- para hacerse conocer. Los mismos expresan su misericordia y su compasión, el perdón y su cercanía fraterna. El Verbo es Dios que se muestra entre los hombres, como el Hijo del hombre. San Juan, en el prólogo de su Evangelio lo afirma con gran claridad: "Al principio existía la Palabra. Y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios" (Juan 1, 1). El Papa León XIV acaba de recordar el Concilio de Nicea -celebrado entre el 20 de mayo al 19 de junio del año 325- que proclamó la divinidad de Jesús. El prólogo del evangelio de Juan lo define exactamente: El Verbo, que se encarna en el seno purísimo de María, por acción del Espíritu Santo, es Dios verdadero, como el Padre y el Santo Espíritu. El hombre, aunque no sea plenamente consciente de ello, es un buscador de Dios. Al mismo tiempo, el hombre se hace objeto de la búsqueda de Dios, al que el mismo Dios accede mediante la Encarnación. Nos aproximamos al acontecimiento histórico del encuentro de Dios con el hombre: la Navidad. La pobreza que la define posee la virtud de hacer transparente ese Misterio, exigiendo "pobreza de corazón" a quienes deseen celebrarlo de verdad.
2. Los signos mesiánicos. Aquellos hombres, guiados por Juan Bautista, aprenden a descubrir, en los signos proféticos, la llegada del Mesías de Dios: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres" (Mateo 11, 4-5). Siempre son los signos, como los pone Jesús, los reveladores de su presencia en medio de la gente. Hoy también, la Iglesia fundada en los Apóstoles y en los profetas, pone los mismos signos, con una eficacia similar. Es Cristo quien obra a través de quienes ponen legítimamente esos signos. Es así como debemos entender el rol de los sacramentos que celebra la Iglesia Católica. Son los signos elegidos por Jesús, y que su Iglesia celebra. Su eficacia de gracia es difundida por cada uno de ellos: desde el Bautismo a la Eucaristía. Es importante que, con ocasión de estos tiempos fuertes, se renueve el fervor en su celebración y que los cristianos reconecten sus vidas en una práctica sacramental renovada. No es lo que peyorativamente se formula como "sacramentalismo". Los santos manifiestan una especial devoción cuando celebran los sacramentos, particularmente la Eucaristía. La fe les inspira el fervor extraordinario que los anima, y que contagia a quienes participan de la misma Liturgia. Lo experimentan y transmiten al reiterarlos cada día: La Eucaristía y le Reconciliación. Hemos celebrado la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. María es descubierta en su rol imprescindible: Cristo nos viene por ella. El Padre ha elegido ese único camino para que su Hijo se hiciera hombre por obra del Espíritu Santo. Esta Solemnidad ha ofrecido la ocasión para celebrar las primeras Comuniones ya que María nos dio el Cuerpo y la Sangre de Cristo, mediante su divina maternidad. Nos dio la Primera Comunión a todos, desde el Papa al más pequeño de los bautizados. No es sacerdote pero sin su virginal concurso no lo tendríamos a Él: Pan que alimenta la santidad de los cristianos.
3. Por Cristo, el Bautista es quien es. La estatura providencial de San Juan Bautista proviene de su misión de Precursor. Sin restar nada a sus méritos personales, por Cristo es lo que es. Así lo entiende él, consciente de su tarea subalterna, como la voz que clama y le da sonoridad a la Palabra. No se considera digno de desempeñar el oficio de siervo: "aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias" (Mateo 3, 11). La grandeza de Juan radica en su asombrosa humildad. Jesús aprovecha para calificar al Bautista con términos admirables: "Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista" (Mateo 11, 11). El más pequeño en el Reino de Dios es más grande que Juan. Ese "más pequeño" es Cristo. El pequeño es el humilde. Cristo es modelo único de pobreza de corazón. Es el más humilde y modelo expuesto para todos los hombres: "Aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón" (Mateo 11, 29). Aprender de Él abarca toda la vida de fe y orienta a la santidad. Dios no pide imposibles y la santidad aparece en el horizonte de la vida bautismal como una consecuencia necesaria. En este domingo de Adviento Juan pone en juego su verdadera misión y no se acobarda ante la soledad, la cárcel y la muerte violenta. Acepta ser el último y el más despreciado de los hombres, por ello mismo, en la concepción que Dios manifiesta tener de la grandeza, se constituye en el más grande "nacido de mujer". Sólo es antecedido por Jesús, el Hijo de Dios encarnado. El más grande es el más pequeño; el más importante se hace el más relegado de los hombres. Juan prepara, a quienes lo siguen, para reconocer a Quien es el Ser Necesario, en Quien aparece como el último y más desechado de todos los hombres. Juan aprende, de su divino pariente, aún desconocido, cómo transmitir la Verdad, que el mundo necesita para desprenderse de su pecado y proyectar una historia Nueva. El Hombre Nuevo de esa historia es Cristo, y quienes unidos a Él se atreven a seguir sus pasos y asumir su misión. ¡Qué distantes se encuentran quienes han adoptado formalmente la fe en Cristo, sin dejare influenciar por ella! El ejercicio de fe, que cada tiempo fuerte inspira, reclama una adecuada preparación en quienes desean y están dispuestos a responder.
4. Mezclado entre ellos, en busca de los pecadores. La vida eremítica del Bautista, se constituye en la forma, que el mismo Jesús consagra al mezclarse entre los penitentes y dejarse bautizar en las aguas del Jordán. Quien no necesita hacer penitencia, lleva su Encarnación al extremo de presentarse como un pecador más: "A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él" (2 Corintios 5, 21). Hasta ese extremo llega su amor por el mundo, sin identificarse con su pecado. Quien es todo inocencia se deja tratar como un pecador, acumulando los pecados de todos los hombres, para eliminarlos definitivamente.+
